Durante las últimas semanas, Europa y América -y una parte del resto del mundo, claro- se han mantenido entretenidas con los torneos de naciones de fútbol. Una vez más, se ha alentado el orgullo patrio y las diferencias con el otro, que mantienen vivas rencillas que se pierden en la noche de los tiempos.
Las guerras que antaño se vivían en el campo de batalla se libran de nuevo en una simple hectárea de terreno herbáceo para regocijo de los seguidores de cada equipo, dentro y fuera del estadio, que vitorean orgullosos a sus héroes, a sus himnos y a sus colores. Se apela al esfuerzo, al coraje, a la constancia, se pierda o se gane, como si el contrario no aplicara los mismos valores cuando salta al campo.
A través de esos héroes libramos nuestras propias batallas, la mayoría heredadas de la familia y la sociedad desde la infancia, sin demasiado espíritu crítico ni voluntad de transgredirlas, porque necesitamos sentirnos parte de un clan, del nosotros.
No es deporte, es un espectáculo dirigido a estimular la neuroquímica más primaria, a anular el lóbulo frontal reflexivo. Por ello, tampoco es mejor que la política o las religiones -cosa muy distinta al misticismo o la espiritualidad-, a la hora de mantener activo el nosotros frente al ellos. Los enemigos siguen siendo útiles para aglutinar un colectivo, lo que explica que las élites que se benefician de ello sigan estimulándolo.
Ellos y nosotros hasta la saciedad. Hablamos mucho del respeto al otro, pero seguimos sin ir más allá de cierta tolerancia condescendiente que desaparece a la mínima de cambio cuando se pone en marcha el cerebro arcaico. No vemos a la otra persona, con sus luces y sombras, sus pensamientos y emociones, su complejidad; vemos la masa que viste diferente, habla diferente o come diferente (pero que siente de forma muy parecida).
Toda esta escenografía se maquilla con mensajes de Respect y otros por el estilo que los jugadores lucen en la camiseta, pero que no contribuyen en absoluto a transformar las creencias primitivas de conflicto que sobreviven en el inconsciente individual y colectivo. Se trata de mensajes que piden una lectura intelectual/mental, por lo que se mueven en un nivel cerebral distinto y no erosionan en absoluto esas creencias, que se perpetúan.
El filósofo y lingüista Noam Chomsky dice: “Los deportes juegan un rol societario en la procreación de actitudes patrioteras y chauvinistas. Se los destina a organizar una comunidad que se compromete con sus gladiadores.” Hablar de consciencia global mientras seguimos repitiendo patrones antiguos, tanto como forma de negocio, por un lado, como forma de entretenimiento hipnotizador, por el otro, se mueve entre la ironía, el cinismo y la hipocresía. Desviar y distraer la atención de lo importante siguen siendo todavía muy útiles en lo que a conductismo social se refiere.
Por suerte, cuando recuperamos la capacidad de empatía y conexión con el prójimo, esa consciencia de unidad vuelve a tener otra oportunidad de manifestarse y hacerse realidad. Liberarnos de esas fuerzas que nos quieren alejar de nuestra esencia como seres humanos es, pues, el gran reto al que nos enfrentamos colectivamente.
2024-07-15