En la vida hay que estar atentos o, de lo contrario, nos volvemos autómatas sometidos a todos los hábitos y patrones familiares y sociales que absorbimos desde el vientre materno (iba a poner “que nos inoculan”, pero quizás no sería el verbo más adecuado en este peculiar momento).

Evolucionar como seres dotados de alma consiste en gran medida, si somos conscientes de ello (que no siempre es fácil porque exige mucho coraje), en borrar lo máximo posible toda esa “basura”, integrada en lo más profundo sin querer y sin haberlo pedido. Lo que ocurre es que vamos borrando por un lado mientras tragamos nueva basura por el otro, en esta sociedad global cargada de neurosis y psicosis que se han normalizado, por lo que es fácil tirar la toalla y resignarse ante lo que puede parecer inevitable y superior a nuestro esfuerzo.

En todo caso, desde que desarrollamos algo parecido a la libertad de pensamiento, la plena atención es la principal opción para no continuar absorbiendo como esponjas el alud de mensajes manipuladores que nos llegan a través de infinidad de canales de comunicación, en los que cuesta discernir más que nunca lo que es periodismo y análisis crítico de lo que es publicidad, marketing y voluntad de persuasión (no se tomen tampoco demasiado en serio este post, más allá de verlo como una opinión que intenta ser libre pero que lamentablemente no está exenta de inevitables influencias).

Resulta por ello muy aconsejable encontrar en la naturaleza una fuente de energía e inspiración para reconectar regularmente con nuestra esencia y esa plena atención; el corazón, al fin y al cabo. De este modo, podemos barrer regularmente una mentre sobrecargada de creencias e ideas preconcebidas, a la vez que autorealizarnos resets sanadores que nos devuelvan cierta ligereza mental y lberen de miedos surgidos a base de escuchar una y otra vez verdades a medias o simplemente falsedades.