Cuando el frío entra en el cuerpo, cuesta mucho esfuerzo volver a entrar en calor. Sobre todo si está cargado de humedad, que cala hasta los huesos, como se suele decir.
Lo mismo ocurre con el miedo más primario. A la que se activa en los confines del cerebro reptiliano, gran parte de la capacidad de raciocinio queda anulada con el objetivo fundamental de aportar toda la energía a la supervivencia. Y es de agradecer que así sea, claro, porque nos permite salir huyendo del león o hacerle frente cuando la huida no es posible, lo que incluso a veces nos permite acabar dándonos cuenta que el aparente león era simplemente un ratoncito o que el supuesto riesgo era contaminación exterior.
En todo caso, el que ha sido invadido por el miedo no suele escuchar, porque su parte racional se ha desconectado. Es una emoción tan primaria, tan necesaria para sobrevivir desde el punto estrictamente biológico, que todo lo demás toma un lugar secundario mientras está activo. Pero si el estado de miedo se perpetua, además de reducirse progresivamente la energía vital del individuo y su capacidad de reacción frente a lo cotidiano, cada vez es más complejo hacer entrar en calor la razón y aportar el conocimiento necesario para que el miedo se esfume al darnos cuenta que no tiene sentido o que es infundado.
Los medios de comunicación, en competencia feroz entre ellos por la audiencia (cuando no dirigidos directamente desde el poder), tienen tendencia a buscar la atención mediante el periodismo amarillo, que tiene en el temor (a los extranjeros, a la sequía, a la falta de alimentos, al aumento de los precios, a los virus….) a su mejor aliado; lo cual, unido a cierto comportamiento humano morboso o adicto a la desgracia, acaba creando imaginarios colectivos donde el entorno es tan agresivo y hostil que sólo se le puede hacer frente mediante medidas drásticas.
Por ello, en muchos momentos (y quien dice muchos, dice especialmente éste) es más que saludable y recomendable desconectarse temporalmente de cierta realidad creada artificialmente para permitir que la razón y el equilibrio psicoemocional tomen las riendas y devuelvan el miedo al lugar donde realmente es necesario y aporta todas sus ventajas.
Una vez en calma, el espíritu crítico y la voluntad de comprender en profundidad (si existen, claro está) permite explorar otras realidades y perspectivas de las cosas (que siempre las hay a pesar de los pensamientos únicos que suelen imponerse), para ver también que tras todas las decisiones políticas y económicas (también sanitarias) que se toman siempre hay intereses, y no siempre bienintencionados a pesar de las apariencias.