Las mascarillas (barbijos, tapabocas…) se han convertido ya en un complemento de moda. Los caminos del poder son inescrutables, y la economía de mercado, con la identificación de este nuevo nicho de negocio (legítimo claro, para quien obtiene un beneficio) ha hecho el resto. El mercado, como defienden sus defensores a ultranza, ha de ser libre y no debe tener valores ni principios, y puede ofrecer cualquier producto o servicio que dé beneficios. Luego ya vendrá el Estado a poner límites, aunque a veces no quede claro cuáles son, porque el propio Estado se lucra de ello (sirva como ejemplo la doble moral con la venta de tabaco y los ingresos en forma de impuestos que ello supone, la cual se “resuelve” con una simple etiqueta sobre los efectos secundarios del fumar).
De este modo, y con el beneplácito y aquiescencia de gran parte de la ciudadanía, colores, imágenes y adornos de todo tipo empiezan a transformar un elemento algo perverso (e ineficaz en lo que se refiere a su utilidad como protector frente a virus, la mayoría de microorganismos y algunas partículas contaminantes), en algo de lo que presumir o hacer alarde, incluso en objeto jocoso cuando se utilizan determinados grafismos.
La mascarilla ha llegado para quedarse, parece claro. Aunque en el futuro se desaconseje oficialmente su uso por parte de las autoridades políticas (hace tiempo que las sanitarias no tienen más remedio que reconocer que no sirve para nada en espacios abiertos, y lo ponen incluso en duda en los cerrados), se habrá consolidado en la vida cotidiana de las personas y también en el mundo de la moda. Círculo cerrado. La universalización de esta especie de burka, al que sólo le falta añadirle un antifaz, se habrá conseguido. La sumisión absoluta, por miedo y falta de conocimiento, vestida de creatividad, ingenio e innovación. Adornando la mascarilla de colores parece menososcura de lo que realmente es, y penetra profundamente en el inconsciente como si fuera algo para nuestro bien que nos ha de proteger de ese exterior hostil en el que (sobre)vivimos.
Sin embargo, y a pesar de estos esfuerzos para aislarnos del entorno por “prescripción facultativa”, seguiremos formando parte de un ecosistema global donde desde la bacteria más insignificante (en apariencia) hasta el mamífero de mayor tamaño, todo tiene un sentido ecológico que alcanza lo espiritual. ¿Cuándo comprenderemos como especie que todo es uno en este planeta (e, incluso, en el conjunto del universo), y que es imposible aislarse de la vida porque simplemente equivale a morir? Ahí está el principal acto cargado de simbolismo: tapar la boca es alejar de la vida porque aleja de la libre expresión y la respiración fluida.
[Admiradas Lynn Margulis y Jane Goodall. Más mujeres al poder, por favor].