Es sabido que el comportamiento injusto del padre influye enormemente en la percepción de la autoridad por parte del niñ@. Si a ello se le suma la incoherencia en las normas aplicadas y en las reacciones, juzgando siempre distinto los mismos hechos; o, yendo todavía más allá, si se utiliza la mentira de forma reiterada al hablar, el arquetipo masculino deja de ser un referente a seguir y crea desconciertos psicoemocionales que quedan arraigados en la psique del individuo. Así, si no existe otro patrón -el arquetípico femenino u otro masculino más poderoso- que lo compense con un comportamiento más coherente, se genera un patrón inconsciente que se repite.
Algo parecido ocurre con la autoridad que representan los gobernantes. Las injusticias, mentiras e incoherencias en su manera de hablar y actuar acaban generando una pérdida de confianza y un alejamiento de algo tan sagrado como es la política; o sea, la gestión de lo público, de lo que es de tod@s (aunque, en ocasiones, sea lo que se pretende, dicho sea de paso). Si, además, estas autoridades se convierten en simples brazos ejecutores de organizaciones con ánimo de lucro que utilizan lo público (y a las personas) en beneficio privado, la autoridad se percibe entonces ya como una figura inmoral que alienta a actuar del mismo modo.
La situación actual que se vive en muchos países refleja esto a la perfección. Algunas medidas que se están tomando son, a todas luces, injustas, incoherentes e insalubres, ya que no se sustentan en criterio científico-médico alguno, al contrario, y se generan además en un entorno comunicativo de pensamiento único que no permite la crítica ni la reflexión desde puntos de vista científicos complementarios.
Sirva como ejemplo la mascarilla. ¿Han visto alguna vez el traje y equipamiento que utilizan los profesionales que trabajan con virus para evitar el contagio? Si bien la propia Organización Mundial de la Salud (y un colectivo cada vez más extenso de médic@s) ya habla claramente de los efectos secundarios que provoca tanto a nivel físico como psicoemocional, y que su uso debería restringirse a entornos hospitalarios, en distintos países se sigue exigiendo como supuesta medida preventiva, incluso en la calle.
En este contexto, una parte de la población no duda de las autoridades y cumple la norma, segura que éstas velan por su bienestar. Otra, en cambio, se cuestiona el porqué con espíritu crítico (el que debería ser el estado natural del individuo adulto, que confía en el padre pero al mismo tiempo es capaz de valorar sus decisiones) y profundiza en el conocimiento de las cosas, tenga o no formación científica.
Porque, al margen de que puedan existir intereses ocultos en su forma de actuar (a estas alturas, la ingenuidad debería dejarse ya de lado), la autoridad puede tomar simplemente decisiones equivocadas. La expresión latina dice Errare humanum est (errar es humano), pero añade Sed perseverare diabolicum (pero insistir en el error es perverso).