El espíritu crítico, la reflexión, el análisis son atributos de la mente racional humana, capacidades poderosas del hemisferio izquierdo con las que aproximarse al conocimiento de la realidad; siempre, claro, desde cierto escepticismo que evite que nos los creamos todo sin haberlo filtrado antes por nosotr@s mism@s.
Sin embargo, no todo es la razón. Y ahí está uno de los grandes poderes que poseemos para discernir entre lo que nos conviene y lo que no, entre lo que es cierto y lo que es una manipulación, entre lo que nos ayudará a crecer y lo que nos dejará fijados en el temor: la intuición, el tesoro de un hemisferio derecho creativo, simbólico, holístico, artístico, imaginativo…
Este hemisferio es el gran olvidado de los tiempos que corren, que se rigen por una lógica implacable, donde la evidencia científica se ha convertido en una especie de religión atea a la que venerar. La ciencia es una fuente de conocimiento y progreso extraordinaria, pero cuando se vuelve dogmática y restrictiva en cuanto al método de estudio pierde su gran valor como forma de abrirse a lo que la realidad es, y no a lo que queremos que sea.
Más allá de lo que se imponga desde el exterior, la verdad está en uno mismo, y eso equivale a dejar que la intuición acompañe la reflexión. Una obviedad, claro, repetida hasta la saciedad, pero quizás no está mal volverla a recordar en el momento actual, en el que se nos pide que nos creamos a pies juntillas la autoridad. ¿Qué autoridad, por cierto?