El despertar a la vuelta de la esquina (y 2)

Decía en el post anterior que muchos humanos aspiramos a la iluminación. Aspiramos a alcanzar cotas de sabiduría espiritual y niveles de conciencia reservadas sólo para las figuras crísticas y búdicas que han habitado en algún momento este planeta. Lo solemos querer por la vía rápida, con atajos, sin dolor, sin renunciar a nada (sobre todo lo material a lo que tanta energía dedicamos), sin tener que pasar años meditando bajo el árbol Bodhi o vagando por el desierto enfrentándonos a nuestros demonios, a nuestra sombra, que aprovecha la más mínima ocasión para demostrarnos cuánto trabajo tenemos todavía por delante. Porque creerse despierto es una trampa de ese ego que tanto cuesta mantener en su lugar para que nos siga él a nosotros (como el perro de la carta del loco, del tarot) en lugar de nosotros a él. Pensamos que, una vez “iluminados”, seguiremos con nuestra vida cotidiana sin haber tenido que cambiar nada.

Pero iluminarse significa ver distinto, ver con otros ojos. Por ello, lo de toda la vida, al observarse bajo nuevas perspectivas, se verá anacrónico, absurdo, aburrido, quizás incluso ridículo, y dejará de ser atractivo para nuestra evolución. Lo que antes podía ser fundamental probablemente después se verá superfluo, innecesario, banal.

Así pues, quizás mejor no meterse en procesos de transformación personal si no se quiere dejar la zona de confort en la que se vive, si bien el camino del alma suele apretar mucho, y es posible que nos saque de esa zona a patadas espirituales en el trasero. Las resistencias y bloqueos que solemos poner al cambio (siempre inevitable, aunque uno crea que lo evita o posterga), son tan grandes que esas patadas simbólicas se van haciendo cada vez más potentes y dolorosas, hasta llegar a utilizar incluso a la propia muerte (el cambio de los cambios) cuando la cerrazón mental y la estrechez de miras son olímpicas.

Por ello, quizás lo mejor sea intentar acompañar esos procesos de cierto sentido del humor que les quiten trascendencia impostada (esa del ego), para de este modo hacer compatible el despertar con la risa y el disfrute. Porque la vida es gozo y no sufrimiento. Nadie dijo que nos tengamos que columpiar en el dolor para llegar más lejos. Tomo prestado una parte del texto de un artículo que me ha resultado de mucho interés al respecto: https://pijamasurf.com/2016/06/por-que-el-sentido-del-humor-podria-ser-la-llave-de-la-iluminacion/ (…) “El verdadero sentido del humor empieza por no tomarse demasiado en serio uno mismo y no identificarse con la imagen y la importancia personal: de aquí surge una gran libertad y una fluidez del ser (si no nos definimos y no nos enganchamos con lo que nos dicen que somos, podemos ser cualquier cosa). Es por ello que grandes maestros espirituales han sido también grandes humoristas: disolviendo su ego en las carcajadas luminosas que son como cachetadas en la cara o como relámpagos en el cielo. La mayoría de las tradiciones esotéricas han enseñado que el mundo como lo percibimos convencionalmente es una ilusión, es una danza de apariencias; en este sentido el sincero humorista tiene ya la mitad de la práctica hecha, puesto que sabe percibir y operar desde esta comprensión.” (…)

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