Ponencia realizada en las primeras Jornadas Saludables, organizadas por Globalpsy (Buenos Aires, noviembre de 2023).
Hasta hace unos años estas palabras evocaban imágenes de paisajes naturales idílicos lejanos y posturas de yoga solo al alcance de gente iniciada, pero que en los últimos tiempos afortunadamente han tomado otro cariz al irse abriendo a todo aquel interesado en ellas. Y también al atraer la curiosidad científica de aquellos que no se cierran a investigar la realidad desde nuevos paradigmas. Todas las herramientas son útiles, y por supuesto también la ciencia que se abre a explorar sin prejuicios, insisto sin prejuicios.
Que la meditación, el yoga y las prácticas de plena atención como el mindfulness son una fuente de bienestar tanto para el cuerpo físico como el psicoemocional, creo que ya no cabe lugar a dudas. Existen suficientes pruebas empíricas y científicas que así lo demuestran. Y recalco el concepto empírico, porque es la base de la investigación científica, es decir, el conocimiento adquirido a través de la experimentación y la observación, al margen de que se puedan alcanzar evidencias estadísticamente significativas, como se suele decir.
Por ello, a mi parecer, comienza a ser innecesario seguir invirtiendo esfuerzos en demostrar lo que es un hecho, en muchos casos para intentar convencer a quienes se resisten en reconocer todavía el valor terapéutico de este tipo de prácticas a múltiples niveles y dimensiones del ser humano. Por algo será que existe ya una neurociencia de la meditación.
Si vamos a una de las bases de datos de estudios científicos más populares en el mundo, Pubmed, de la National Center for Biotechnology Information de los Estados Unidos, y ponemos la palabra meditation y su relación con el estrés, la ansiedad, la presión arterial u otros desequilibrios del organismo humano, nos aparecen de inmediato miles de entradas, no diez o veinte. También si la relacionamos con los cambios positivos que favorece en la estructura cerebral o el sistema inmunológico.
En muchos casos, es cierto, se dice que no se han encontrado pruebas suficientes sobre la relación causa-efecto, en gran medida porque todo desequilibrio está sujeto a muchas variables que afectan solo al individuo en cuestión y no se pueden extrapolar al resto de la población. Pero, en todo caso, la existencia de miles de estudios sobre los beneficios de la meditación pone en evidencia el interés que despierta la cuestión, también en el campo de la ciencia.
Por lo tanto, al margen de que siempre sea fundamental recopilar nuevas evidencias sobre los beneficios que este tipo de prácticas aportan, hay que dar ya por supuestas ciertas premisas y llevar la investigación hacia cotas más atrevidas.
Es ahí donde la curiosidad inherente al espíritu científico de la que les hablaba hace un momento se transforma en un elemento todavía más importante, siempre con rigor y pensamiento crítico, pero también sin apriorismos y sin llegar a conclusiones antes incluso de haber formulado la hipótesis.
En este sentido, recurriendo a Einstein, una vez dijo “No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso”, lo que significa dejarse llevar también por la intuición, la creatividad y la imaginación, además de la razón, a la hora de observar el mundo que nos rodea.
Y también dijo, por cierto “Es un milagro que la curiosidad sobreviva a la educación reglada”, ya que la lógica y la razón se han impuesto casi como las únicas vías para aproximarnos al conocimiento de la realidad, cuando la evolución nos ha otorgado dos hemisferios del mismo tamaño que funcionan infinitamente mejor en sinergia que en antagonismo.
Y volviendo a esas cotas de curiosidad más atrevidas, como decía, en el caso de la meditación pasan a mi parecer por reconocer su potencial como herramienta de aproximación a eso que llamamos consciencia con s, y que tanto nos cuesta todavía de definir y separar de los conceptos de cerebro, mente y, sobre todo, ego.
Porque la práctica regular de la meditación, que en muchos casos se realiza para controlar estados de ansiedad o reducir los niveles de presión arterial, acaba inevitablemente llevándonos a abrir puertas hacia nuestro ser interior y a estados de autoobservación que nos empujan a replantearnos en muchas ocasiones incluso nuestro modo de vida. Ese es el primer estadio de aproximación a la verdadera consciencia.
Ahí es cierto que la meditación se vuelve sumamente incómoda, porque despierta esa necesidad profunda y ancestral de trascender que todos los humanos llevamos inscrita en nuestra alma, y que inquieta al ego. Pero ese despertar suele llevar en muchos casos a comprender que la ansiedad o la hipertensión son en gran medida el síntoma de un malestar más profundo que no comienza en la genética o en la fisiología, sino que se canaliza a través de ellas, cosa muy distinta.
¿Y qué es la trascendencia, entonces? Resumiéndolo mucho, podríamos decir que sería ir más allá de lo aparente, de las creencias y de la percepción subjetiva de la realidad. ¿Con qué fin? Pues seguramente con el de alcanzar conocimientos más amplios, libres y enriquecedores sobre uno mismo y el mundo que nos rodea. Una manera anclarnos a la vida desde nuestra propia esencia.
Decía el psiquiatra Claudio Naranjo que vivimos en tiempos de imperio de la razón, por lo que quizás la trascendencia es más que nunca la vía para viajar a esos niveles de consciencia desde donde explorar nuestro verdadero ser interior. La trascendencia individual, de todos modos, tampoco sería el final del camino, sino un paso para alcanzar otros niveles de evolución.
La aparición de la física cuántica y el cambio en la forma de ver el mundo que introdujo, además de los progresos en neurociencia, ponen de manifiesto que subyace una realidad más profunda a la aparente, a la que percibimos. Una consciencia de unidad, se suele decir. Por ello, trascender nos lleva a ponernos en contacto con la consciencia individual para, a su vez, llegar a una consciencia global que nos una a todo y a todos. Pónganle el nombre que quieran, en este caso. Ahora está de moda el término sánscrito de akasha.
En todo caso, meditamos para trascender. Y trascender para viajar del yo a la unidad. Para comprender el sentido del yo, para conectar con el propósito de vida y, todavía más allá, para ponerlo al servicio de un propósito mayor, el del todo. Cuidar nuestros vínculos humanos, como se decía en la mesa anterior. Esa es la concantenación de ideas, a mi parecer. Esa es la verdadera trascendencia.
Es evidente que no resulta algo fácil de investigar en el laboratorio. ¿Cómo podemos entender con nuestra mente y tecnología limitadas algo tan grande? Pues con dificultades. Enfocándolo desde la perspectiva de la biología, la que observa la vida como el resultado de la cooperación y no de la competencia, se puede poner como ejemplo un ecosistema, cualquiera, desde un bosque hasta la Tierra en su conjunto. Cada ecosistema es un conjunto de elementos que cooperan para un bien mayor, para la supervivencia colectiva, y que forma parte a su vez de un ecosistema mayor. Incluso la materia inerte forma parte.
La consciencia individual, como se empieza a observar en distintos campos de la ciencia, considero que opera de una forma parecida con el resto de consciencias, y en favor de un bien mayor para la humanidad. El reto pues sería crear un ecosistema humano de trascendencia colectiva, en armonía y coherencia por supuesto con el ecosistema planetario que nos acoge.
Para que eso ocurra es evidente que hace falta romper con muchas estructuras institucionales y académicas que se resisten al cambio, aunque también es verdad que son sólo el reflejo de los miedos y resistencias de la sociedad en que vivimos. En la medida que nos atrevamos a cambiar cada uno de paradigma individual, acabaremos también contribuyendo a cambiar el colectivo y desaparecerá la rigidez de esas estructuras que gobiernan el conocimiento y la ciencia, y que nos dicen lo que es digno o no de estudiar y aprender.
Ahora bien, y volviendo a la base de datos Pubmed que mencionaba hace un momento, veremos que existen también más de 1.700 entradas de estudios sobre autotrascendencia. Es decir, a pesar de esas rigideces y resistencias, algo se está moviendo que incluso despierta la curiosidad científica desde el equilibrio de hemisferios cerebrales. Estamos ya trascendiendo más como humanidad de lo que nos puede parecer.
Y estas jornadas, y todo lo que estamos hablando desde enfoques distintos pero complementarios, son un buen reflejo de cómo se están moviendo las consciencias individuales en este momento de la historia, buscando algo que ya intuimos, a pesar de no saber todavía cómo hacerlo realidad, de cómo materializarlo.
Aunque también os digo que para avanzar en este camino de trascendencia, ya sea meditando o mediante cualquier otra técnica o método, habría que ir abandonando las creencias limitantes que recibimos continuamente sobre nuestro poder y potencial de transformación. La respuesta no va a venir de fuera.
Se trata de investigar en nosotros mismos desde esa curiosidad, para explorarnos, para conocernos mejor y poner luz a nuestro propósito de vida. Aunque el apego al yo no lo ponga fácil. Seamos nuestro objeto de estudio para nuestro bien y para un mayor bien colectivo, como les decía. De eso se trata, al fin y al cabo, con el meditar y el trascender. Y aprovechando el lema de las jornadas, pues de celebrar la vida.