El cántico de gran creatividad lírica y musical “A por ellos, oe oe oe” se ha hecho popular en los campos de futbol, en las pistas deportivas e, incluso, en los mítines políticos.
“A por ellos”. Es decir, a por los distintos, a los no creyentes, a los que piensan de otro modo, a los que defienden ideas o camisetas diferentes, a los que no son del grupo al que se pertenece; en definitiva, al rival indigno o de existencia dudosa. En los momentos en que se despierta la bestia del “nosotros”, la testosterona y hormonas afines disparan su concentración en sangre, las suprarenales se activan y liberan adrenalina, los neurotransmisores de placer rezuman en las neuronas, y el organismo se altera de tal modo que la parte reflexiva queda relegada al ostracismo durante el tiempo que dura la excitación colectiva. Pero no importa: “A por ellos!”. Afortunadamente, ciertos mecanismos de autorepresión individual también se ponen en marcha y evitan, la mayoría de las veces, males mayores.
Y, acabado el éxtasis, y con cada individuo de vuelta a su entorno habitual, el “ellos” se diluye y deja de tener sentido, aunque tampoco antes lo tuviera. Pero al día siguiente, surgirá otro “ellos” al que se sumaran una determinada cantidad de personas, en el que curiosamente habrá una mezcla de los que ayer eran “ellos” y de los que eran “nosotros”, y todos se abrazarán orgullosos del sentido de pertenencia del momento: al equipo de fútbol o cualquier otro deporte, al pueblo, al país, al partido político, a la religión, al grupo social, al género, a la etapa vital o a lo que sea que se defienda con orgullo diferencial. El “ellos” de ayer ahora es el “nosotros/aquellos/ellos/otros” de ahora. ¿Me explico? Bueno, yo tampoco lo tengo muy claro. Forma parte de la psicosis en la que parece vivir gran parte de la humanidad, como decía el sabio Claudio Naranjo.
El hecho de ser seres gregarios, sin embargo, y necesitar conectar con otros seres humanos que nos hagan sentir acompañados y seguros -como si pertenecer a la humanidad no fuera suficiente-, no justifica que necesitemos crear grupos diferenciales a la mínima de cambio, ni exime tampoco de reflexionar sobre el hecho de que todos somos “nosotros”, y de que cualquier división es artificial.
En el discurso ambiental/ecologista, la idea del planeta de todos -como hogar colectivo- es un eje fundamental, como no podría ser de otro modo. Porque así es. El planeta es un gran (eco)sistema y, como tal, cualquier modificación que se introduce en él repercute en el conjunto. Simple teoría de sistemas. Y esto, en efecto, no se acaba de comprender desde la mente de visión reducida que vive tan en lo local, que su mundo acaba siendo su casa, su ahora y su satisfacción individual.
Aunque lo podríamos conversar largamente, quizás algo ha cambiado en los últimos tiempos, pero el “nosotros/todos” continúa siendo la gran asignatura pendiente porque, ante ciertas situaciones de crisis, rápidamente cerramos filas y nos adherimos a un grupo que se diferencie de los “otros”; y vuelta a empezar.
Es interesante observar con qué velocidad se crean nuevos colectivos que necesitan ser distintos para sentirse reconocidos. Se diría que vivimos en una especie de infancia/adolescencia colectiva eterna vestida de apariencia adulta. Hay factores “naturales” que lo estimulan, ciertamente, pero también estrategias de ingeniería social que muestran una gran habilidad para disociarnos, diseñar nuevos grupos reivindicativos y observar atentamente las reacciones emocionales que se despiertan con estos experimentos. Podríamos poner muchos ejemplos.
Por todo ello, parece complicado todavía plantearse el construir una verdadera consciencia global humana, planetaria, si esa disociación a la carta sigue gobernando el paradigma colectivo. Ese es el gran salto pendiente para la humanidad, a mi parecer. Quizás será necesario que nos invada una civilización extraterrestre para que nos transformemos en “nosotros”, si bien solo será una forma de perpetuar el mismo paradigma, ya que los otros serán “ellos”. Aixxx.
2024-04-12