No hay nada afuera

La llave para comprender está dentro de uno mismo. No hay nada afuera. Sólo un escenario desde donde aprender lo que cada uno tenga que experimentar: por destino del alma, por karma, por lo que sea. No hay bueno ni malo, no hay amigos ni enemigos, no hay arriba y abajo porque lo que es arriba es abajo… Todas estas palabras, como dice el gran Jodorowsky, son simple etiquetas fruto de las creencias metidas en la mente desde la infancia, por la familia, por la escuela, por la sociedad...

La mente infantil, además, a veces no quiere evolucionar y prefiere aferrarse a estos conceptos pueriles que separan la realidad en polos opuestos, dándonos así la falsa tranquilidad de poder juzgar severamente sin tener plena consciencia de lo que sucede realmente en el fondo de las cosas. Porque no hay opuestos sino complementarios. ¿Qué es el símbolo del yin y el yang que tanto se utiliza, sino eso, complementarios que viven unidos y que, a su vez, tienen algo del otro en su propio interior?

Sólo hay experiencias a sentir. Sin quedarnos en la superficialidad del juicio implacable de nuestro dedo índice, que todo parece saberlo y que administra sentencias sin saber que cada vez nos sentenciamos a nosotros mismos, porque la realidad es simplemente un espejo donde mirarnos. Cada vez que cerramos los sentidos a esa información, perdemos la oportunidad de aprender algo fundamental para nuestro proceso evolutivo. Como individuos y como sociedad.

Y así nos va. De juicio en juicio hasta el agotamiento, sin salir de bucles que acaban aportando una zona de confort irreal. Pero, sobre todo, sin saber que en nuestro interior tenemos una fuente inagotable de creatividad, talento e imaginación de la que beber hasta la saciedad. Eso es la felicidad y la plena realización. El resto es el escenario-ilusión. Maya le llaman los hindúes. Otros matrix. Lo de menos es el nombre.

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