Las palabras son una puerta al inconsciente de quien las pronuncia. Dichas sin pensar nos hacen transparentes ante quien sabe interpretarlas y leer entre líneas. Muestran claramente nuestras creencias, prejuicios, rigideces, anclajes mentales a otras épocas de nuestra vida o de nuestros ancestros (que viene a ser lo mismo la mayoría de las veces), deseos ocultos, asignaturas pendientes…

Por eso son también un tesoro para reconocernos y comprendernos mejor si estamos atentos a lo que decimos. Porque, en general, con las palabras nos juzgamos con severidad, castigamos, exigimos…, y a veces, sólo a veces, nos cuidamos, reconfortamos, animamos, empoderamos…

Es bueno, por tanto, construir un nuevo vocabulario propio, sobre todo para con nosotros mismos, desde el amor y el respeto, donde las palabras surjan por identificación con ellas y no porque nos vienen heredadas y las repetimos sin darnos cuenta. Sanando el lenguaje se sana la mente y el inconsciente. O sea, se evoluciona.

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