La autoridad, cuando no se siente discutida y tiene mecanismos férreos de control, suele ejercer de manera cada vez más despótica su poder. Cuando dispone, además, de la habilidad y capacidad comunicativa para convencer a la población de la necesidad imperiosa de adoptar cualquier tipo de medida, y la sociedad la admite sin discusión -quien lo hace es visto como un rebelde antisistema-, esta sensación de impunidad autoritaria crece de manera exponencial. En eso consiste la manipulación de las masas.

En las últimas décadas, las autoridades han encontrado en la aplicación dogmática de la «ciencia» -como en otros momentos y lugares lo ha sido o lo es todavía la religión-, una fuente de argumentos aparentemente indiscutibles con los cuales hacerse fuerte. Y elevando la razón a los altares, y considerando la intuición como un subproducto prescindible, ha hecho de la llamada “evidencia científica” el Dios al que adorar.

La frase “es una evidencia científica” sirve, de este modo, para cerrar de manera fulminante cualquier tipo de debate, aunque dicha evidencia sea en muchos casos el resultado de la aplicación de complejas matemáticas estadísticas hasta alcanzar un porcentaje artificial con el que justificar la conclusión a la que se quiere llegar (sólo hace falta analizar con cierto detalle los estudios de efectividad de numerosos fármacos).

Pero esto no es la ciencia. La ciencia ha de ser un tablero donde jugar con la mente abierta, aceptando que los resultados pueden no ser los deseados o que ha de ser necesario cambiar el paradigma en un momento dado; que lo importante es la evidencia desnuda, la que se constata que simplemente ocurre, al margen de que exista o no la tecnología o el método adecuados para demostrarla o explicarla. En este sentido, y para colmo de los ultraortodoxos que idolatran a la mente racional lógica, la maravillosa mecánica cuántica pone de manifiesto como, a veces, sólo cambiando de paradigma es posible explicar lo que ocurre.

La medicina y la biología académicas no han hecho todavía este salto cuántico, y siguen ancladas en conceptos e ideas que muchos se han atrevido ya a poner en jaque (como las de Pasteur en lo que se refiere a la ecología de bacterias y virus, y su interacción con el sistema inmunitario), pero que no gustan a quien rehuye el progreso del conocimiento cuando eso significa el cambio de estructuras y la pérdida de privilegios. Cuando, de este modo, la evidencia científica hecha a medida se convierte en dogma de fe, y la autoridad descubre el poder que adquiere utilizándola a su conveniencia, hay que dejar volar la intuición y el librepensamiento para poder defenderse mínimamente de esta especie de despotismo ilustrado.

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