Entre la resignación y la aceptación

La resignación suele aparecer cuando, tras mantener una cierta pelea contra lo que nos sucede en un momento dado, optamos finalmente por rendirnos, agotados casi siempre (se rinde la mente y el cuerpo la sigue). Luego atribuimos lo sucedido a los caprichos del azar, del destino o a los designios de algún dios, y seguimos sin comprender la trascendencia de lo vivido y de que no responde a ningún castigo ni recompensa.

La aceptación, en cambio, va un paso más allá. Aparece cuando pelearse con la realidad deja de ser nuestra opción habitual (porque suele ser una batalla perdida), y preferimos situarnos como observadores desde la relativa distancia que nos permiten nuestra ignorancia y la circunstancia del momento. Porque lo que sucede lleva implícito un mensaje o una razón que tarde o temprano se hará evidente.

Y cuanto más se pone en práctica esta actitud de observación sin lucha más se activa la capacidad de intuición y comprensión. Entonces el actuar toma sentido, la resignación desaparece y la mente empieza a saber qué hacer y hasta dónde llegar.

En el contexto actual, y tanto si se trata de un virus “natural” como de un virus de laboratorio, de un exosoma celular o de cualquier otro fenómeno biológico, la vida precisamente nos pide aceptar este parón para intentar comprender (o descifrar) qué mensaje particular tiene para cada uno/a de nosotros/as, y luego decidir hacia dónde encaminarnos.

De todos modos, puede que esta diferencia sea sólo una simple cuestión semántica y no tenga la menor importancia, porque lo único fundamental sea realizar el viaje interior que se nos propone. Lo exterior es sólo el escenario.

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