Entre tanto ruido, prestar atención al silencio (II)

En la extraordinaria película de Sidney Lumet de 1957, “12 hombres sin piedad” (“12 angry men”), Henry Fonda es el único miembro del jurado que, durante el tiempo destinado a acordar el veredicto, expone las dudas que tiene con respecto a la acusación de homicidio de un joven, la cual lo puede llevar a la silla eléctrica si todos los miembros coinciden en la declaración de culpabilidad.

La película, rodada a modo de obra de teatro, y con unos diálogos sólidos que permiten disfrutar de la evolución de cada uno de los estereotipos de personajes que aparecen, pone de manifiesto diversas cuestiones trascendentes, a mi entender. En primer lugar, la facilidad con la que pueden tergiversarse los hechos y las declaraciones, ya sea en un juicio o en la vida real, y cómo nuestros dedos implacables suelen juzgar a los demás con severidad, dado que nuestra visión del mundo la solemos considerar como correcta y, curiosamente, justa. Lo que juzgamos, sin embargo, nos define como si fuéramos un libro abierto.

Algunos de los personajes, incluso, tienen tanta prisa por volver a sus ocupaciones adictivas (o no perder los asientos en un partido de béisbol, simplemente), que prefieren dictar sentencia de forma rápida, ya que la vida del otro es eso, del otro; y seguro que es culpable… ¿cómo podría ser de otro modo?

En segundo, las inercias sociales en cuanto a ponerse de parte de la mayoría como forma fácil de desprenderse de la toma de decisiones, especialmente cuando son del calado de la de la película, o cuando nos exige ponernos “en contra” de la mayoritario. Por ello, es frecuente que se prefiera tomar la opinión de esa mayoría como propia en lugar de tener espíritu crítico y, si es necesario, defender con decisión la voz interior; en este caso, las dudas más que razonables que existen sobre la culpabilidad del joven. La estrategia del avestruz sólo le funciona a este animal, probablemente.

Por muchas razones, vivimos un momento más que interesante en lo que se refiere a escuchar esta voz, vivir como un@ desea y defender los propios argumentos sin querer convencer necesariamente al resto (ni que nos quieran convencer, claro). Sobre todo, si nos afectan a nuestra salud y bienestar a largo plazo…

La única responsabilidad es con un@ mism@, y bastante trabajo tenemos con esta misión que suele ocuparnos hasta una vida entera…, o incluso más de una si nos estancamos en la rueda del Samsara.

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