Entre tanto ruido, prestar atención al silencio

Al entrar en la Abadía de Saint Martin du Canigou, en el sur de Francia (maravilloso lugar para retirarse un tiempo, como tantos otros alrededor del mundo), se puede leer la frase “Ecoute, Dieu parle dans le silence”. Es el Dios interior el que nos habla, más allá del dios en el que deposite su fe cada un@. En el silencio, se le puede escuchar. Otra cosa es aceptar lo que nos dice, porque quizás nos pide dar la vuelta a nuestra vida y eso no gusta tanto cuando estamos instalados en una zona de aparente confort.

En el momento actual, de tanto ruido global, más que nunca es fundamental buscar la respuesta en el silencio interior. El silencio y la paz que se encuentra en el pilar central del árbol de la cábala, ese punto medio que nos permite recibir la energía de Ketter (la corona), abrirnos a Daat (la séfira 11 oculta, el conocimiento), y ver la vida desde Tiferet (la belleza) para encontrar lo maravilloso en todo lo que nos rodea; comprendiendo que “todo” forma parte de algo superior que no acertamos a comprender porque nos trasciende con mucho.

Pero para ello es probable que tengamos que rendirnos a la evidencia y aceptar este momento como parte del proceso. Rendirse a la evidencia no quiere decir resignarse, como tampoco utilizar esa rendición para entrar en luchas estériles frente a lo que simplemente es.

Quizás ya da lo mismo, a mi parecer, de si se trata de un virus, de un exosoma, de una bacteria, de un microorganismo modificado genéticamente, de un efecto de las radiaciones que nos invaden o de un egregor generado a fuerza de mensajes repetitivos en los medios de comunicación. De si se escapó de un laboratorio por accidente o ha sido generado por fuerzas ocultas con objetivos oscuros que buscan construir un mundo a su medida. De si la mascarilla sirve para evitar contagios o es una forma de someter simbólicamente la libertad de expresión. De si la vacuna es realmente útil o es un experimento de terapia génica. De si todo forma parte de un plan organizado contra la humanidad o sólo es el reflejo de la estupidez de nuestra especie a la hora de comprender la trascendencia de la vida, desde lo micro hasta lo más grande e inalcanzable. Que cada uno construya su propio mapa a partir de, sobre todo y fundamental, el espíritu crítico y la reflexión alejada del miedo.

Rendirse a la evidencia para aceptar que muchas cosas han cambiado y van a seguir cambiando. Que esperar volver a la “normalidad” es autoengañarse, porque ni existía una supuesta normalidad, ni aceptar con sumisión todo lo que se nos dice va a frenar ciertas inercias sociales y económicas que parecen haberse diseñado desde poderes que van más allá de los estados.

Es rendirse a la evidencia, en definitiva, con el fin de descubrir la oportunidad que se nos presenta para adaptarnos al escenario que nos toca vivir, cada cual a su modo; a una situación que viene para quedarse y transformar profundamente el planeta entero. Una oportunidad para buscar ese silencio interior que nos guíe a la hora de encontrar el punto medio y el camino del alma a seguir, única fuente de paz y bienestar.

Vivir de la expectativa exterior, en forma de solución milagrosa (léase vacuna o cualquier otra cosa), es el reflejo de un comportamiento infantil similar al de taparse con la sábana hasta la cabeza pensando que la sombra exterior va a desaparecer con ese gesto.

Rendirse a la evidencia, pues, con los ojos abiertos, con amor por la vida, porque nuestros 35 billones (con b) de células siguen funcionando juntas y despertándonos cada mañana para recordarnos el milagro de la existencia, como también nuestro gran poder frente a cualquier fuerza exterior que quiera hacernos creer lo contrario. La consciencia global como camino colectivo. El Dios interior como camino individual para conectar con esa consciencia cuántica.

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